La extraordinaria historia de la taza de Buvette


        Lo apuesto todo a que la ciudad de Nueva York tiene sus bolsillos favoritos.  Les piensa, les toca cuando les hecha de menos, como si estuvieran hechos de lana, aunque en realidad estén hechos de calles que casi nadie transita y esquinas llenas de cafés y bodegas abiertas las 24 horas.  
 

Si yo fuera ella, si yo fuera la ciudad de Nueva York, estoy segura de que uno de mis favoritos sería el bolsillo que está atestado de hojas de noviembre en pleno abril.  Queda a la altura del Greenwich Village, en específico en la coordenada del quaint bistro francés Buvette.  Te lo juro, tiene más personalidad que Walter Mercado ese rinconcito de Manhattan.  Eso es mucho decir.  Sé que el ejemplo es bastante in your face, pero bear with me, please.  

 

Pienso que lo lindo de una personalidad que se deja conocer sin prisa es siempre la certeza de que una nunca termina por conocerla realmente.  Con Walter, por aquello de continuar usando el ejemplo, una ya podía imaginar su narrativa, su forma de pensar atada a sus astros. Oh, y con mucho respeto lo digo, por supuesto; hay belleza en ellos.  Pero igual, en esta calle que te digo, en cambio, no.  Es decir, una no puede imaginar su narrativa porque se despliega de tantas formas impredecibles, que ni Marie Curie.

 

    En los bolsillos favoritos de una, una tiende a encontrar cosas viejas que dan cierto sentido de confort.  ¿No te ha pasado?  Eso de quizá sentir alivio o notar el nacer de una sonrisa cómplice al encontrar una vieja taquilla de cine, un billete de cinco dobladito, algún dulce sin abrir, algún recibo guardado a prisa porque era más urgente otra cosa.  Pues fíjate, eso es precisamente lo que me pasa cuando pienso en el Buvette de la Grove Street, ese espacio silente que en un mes de julio precioso dio lugar a momentos que guardo hoy y toco hoy.  En específico, por ejemplo, la forma tan linda en que el mesero se hizo el que no se daba cuenta de que mi hermana quería hacernos dueñas de una taza con el nombre del bistro grabado en rojo.  Todo porque era mi cumpleaños. 

 

Oiga, ¿y aquí no venden estas tazas? Ella es mi hermana y es su cumpleaños.  Y nos gusta mucho este lugar.  Es un día especial.

 

    ¡Qué bueno que existen estos bolsillos de tiempo y de memoria y de ciudades que sólo una en su biblioteca personal puede entender!  Bolsillos que no son discretos en recordarnos que lo que una atesora no tiene que ser atesorado por nadie más. Bolsillos como calles que multiplican imágenes y sabores y temperaturas y esperanzas.  Bolsillos como calles de las que no sabes el fin ni el propósito específico, tal como la vida... calles que igual atesorarás para siempre.  Qué bueno… qué bueno que existen historias tan extraordinarias como la de mi taza de Buvette.