No sólo era eso

Todavía puedo sentir a la nieve mojando mis párpados al irse derritiendo sobre mi sombrero de lana.  No sólo era eso.  También la nieve aún seguía cayendo desde un cielo neoyorquino inclemente en pleno febrero. Era una nieve liviana.  Asemejaba al algodón.  Así que iba vistiendo todo en cuanto a mí, no sólo mis párpados.  Pero yo tenía una misión.  Llegar al Museo Metropolitano de Arte a la altura de la 82th Street.  Pude haber tomado un taxi, incluso un Uber.  Pero no.  Me había convencido esa mañana de que yo quería ser parte de la ciudad… no sólo transitar por ella, sino ser parte de ella, de sus arterias vivientes que por causa de la pandemia y por causa del miedo se habían ido secando de sueños y vivacidad.  Así fue como caminé desde la calle 46 hasta el MET en medio de la tormenta de nieve más fría y solitaria de mi vida (jajaja).  Suena un poco dramático, pero es por que lo fue.  La calle desolada.  Sólo uno que otro transeúnte.  Definitivamente no el Nueva York conocido, no mi Nueva York.  Recuerdo el humo transformando la escena al salir a la superficie desde la realidad subterránea del tren.  Caminé cuanto pude en nada más y nada menos que mis Converse blancos.  Reconozco que siempre gana mi identidad tropical, ante todo.  Desde ese día no volvieron a ser los mismos.  Y los amo por ello.  Cada vez que los veo recuerdo el peregrinaje hasta el MET y soy feliz.  En medio de la caminata dudé algunas veces de si lo lograría o no.  Pero ¿sabes? De cierta forma el saber que algún día podría escribir acerca de ello me motivó lo suficiente como para completar la travesía.  Y aquí estoy, escribiendo sobre ello, riendo y notando el orgullo de haber logrado ser fiel a mi idea de la verdad. 

La verdad es que yo necesitaba regalarme ese momento.  Andaba pasando por días de dudas y cuestionamientos sin parar.  Pero al verlo: eterno y aguardando por mí lleno de escaleras hasta el arte… todas esas dudas y cuestionamientos se disiparon.  Como ya es costumbre, me recibieron en la entrada los ujieres.  Me dieron la bienvenida, pero esta vez al entrar ya no existían ni la kilométrica fila para dejar los abrigos y los demás tereques comunes ni la fila frente a las majestuosas escaleras hacia el segundo piso.  Me detuve a observalo todo.  El coat closet estaba completamente clausurado.  La pandemia cambió hasta la forma en que vamos a los museos-pensé con cierta nostalgia fugaz-.  Pero, en fin, que en lugar de sentir una prolongada tristeza, fui tan feliz de recordar la primera vez que vi ese coat closet lleno de objetos y telas flotantes.  Fui feliz porque fue la confirmación que andaba yo buscando: "Yésica, has vivido".  Recordé igual mi última visita al museo cuando decidí entrar sólo a la tienda de souvenirs y me compré un libro sobre los griegos y luego me senté en el café en una mesa compartida y sentí el regocijo de ser parte del mundo.  Una vez más: "Yésica, has vivido".  Por último, al salir, fijé mi mirada al cielo.  Quería ver si las cúpulas seguían allí y si el otro café que queda ubicado en los balcones del segundo piso estaría abierto.  No lo estaba, aunque las cúpulas seguían intactas.  -Click, click- Recordé la copa de vino.  -Click,click- Al mesero aquel con espejuelos de borde negro.  -Click,click- Al pianista tocando algún clásico que no recuerdo.  "Yésica, has vivido".

Muchas veces nos paraliza el miedo.  Es verdad.  Las dudas sobre cómo iremos a crear una realidad diferente llegan.  Claro que sí.  Pero ¿y qué tal si también nos fijamos en los momentos que ya hemos hecho realidad? ¿Qué tal si nos da con observar que, aunque existen nuevos espacios vacíos, también existen espacios de vivacidad que el tiempo nunca va a borrar? Momentos que nos pertenecen con nombre y apellido. En tu caso ¿qué espacios nuevos encuentras y que memorias de tu vida te ayudan a recordar que, en efecto, has vivido?

Posdata.  Acompaño con este texto las fotos no del día de nieve.  En su lugar, comparto algunas de las imágenes que la derritieron en pleno febrero.


YINQ

7 de junio de 2021

Fotos y Texto ©