El proceso de escritura de este libro abraza años de ir y venir, de abrigos y trajes de baño, de cafés y cafés. Contiene en sus 116 páginas no solo mi reflejo sino imágenes que no puedo tocar pero sí sentir con absoluta certeza.
Los rombos de la producción editorial impusieron una naturaleza salvaje, que ni Indiana Jones jajaja. Por eso, primeramente, tengo que agradecer a Dios por haberme sostenido tanto en mis sueños pequeños como en mis cansancios, y por regalarme la certeza de que las palabras brotan para algo, aunque no se sepa para qué. Más allá de su gracia y favor, tengo una lista de almas preciosas que me ayudaron a entender que este proyecto podía ser una realidad y que tiene valor solo porque es algo que ha sido hecho desde el alma.
Muy en especial, necesito agradecer a Raúl, mi amor, por sostener un espejo claro frente a mis ojos y repetirme «¿Vas a escribir hoy?». A mi hermana Kristina —por siempre—, por amarme en todas mis coordenadas y por recordarme que la magia es accesible a mis manos. A mis padres —mis mejores amigos—, por crear espacios para el amor, la imaginación, y los sueños en medio de las dificultades boscosas de la vida. A mis abuelos, por su dulzura en cada temporada. A mis amigos de toda la vida, a los que he tenido la dicha de conocer recientemente, incluyendo a las almas extraordinarias del Amelita Book Club, por abrazar mi arte sin condiciones y ayudarme a vivir. A mi corrector, Guido, por sostener mis preguntas y ayudarme a corroborar el valor de las palabras.
¡Con alegría les comparto los enlaces en los que pueden encontrar mi libro!