No sé si hablarte primero del 201 de la calle de la Luna o del 203, su vecino. El 201 está entre el 199 ─ Villa Gabriela─ y el 203, como bien pudiste anticipar sin mucha complicación; perdona los rodeos. Es una fachada memorable la del primer piso. Tiene dos ninfas perpetuas aguantando dos jarrones, presumo que simbólicamente hechos de barro. El edificio tiene en total tres pisos. Y hace un tiempo, sabrá Dios cómo, vino a aterrizar al tercero, o sea a su balcón, digo, una tremenda bandera de tela que me hizo recordar a las condecoraciones esas que le daban a uno en los concursos de talento, aunque uno no hubiese ganado nada; vamos que ni el primer ni el décimo lugar, por ejemplo. Tu sabes de lo que hablo. Me refiero a esa tela que cuelga de las medallas.
En fin, que colgaba hace unas semanas del balcón del tercer piso del 201 una tela que asemejaba a seda; descansaba sin prisa entre la brisa y los balaustres del balcón. Lamentablemente, no recuerdo el color verdadero, pero mi memoria, que siempre falla, me dice que la tela era negra y que tenía, mágicamente, escritos tres signos de un lenguaje foráneo que para mí resonaban con algún continente oriental. Fue tan lindo verla como una bandera. Imaginé las razones miles para que colgara de ese balcón sin ninguna ceremonia de apertura.
1) una guerra de amor había sido concluida
2) un duelo había sido honrado
3) un acto de rendición había sido iniciado
No sé. No sé. No sé. Lo importante de todo esto es que esa pseudo bandera de guerramor me convenció. Me detuvo. Me hizo preguntas. Me deshizo de ideas. Y entonces, sólo entonces, reflexioné sobre la propia. ¿Qué dirá la de mi vida? ¿Qué preguntas le hará a los demás? ¿Qué respuestas evocará? Inclusive, ¿será que mi vida realmente lleva una bandera, en todo caso?
Me gustaría que mi bandera asemeje a esa que colgaba de noche en el balcón del 203.
Que fuera vista sólo por aquellos que sienten curiosidad.
Que fuera honrada sólo por aquellos que más allá de la curiosidad sintieran también respeto por el simple hecho de que es propia y lleva mi existencia.
Que fuera recordada con liviandad y con humanidad.
¿Y la tuya? ¿Qué dice?
Con amor,
Y. Isabel