Todo sucedió rápido.

Todo sucedió rápido.  Aunque fueron en realidad años, un momento súbito de cambio se me enganchó en las orejas y me hizo redirigir mis pasos sin mayores preguntas.  Todo comenzó cuando abordé la reflexión acerca del propósito de la vida en una callada tarde pandémica.  Andaba por alguna callecita de Manhattan, sola y con un frío atroz.  Recuerdo claro que, en lugar de caminar en automático distante de mí misma, comencé a fijarme más en el exterior.  Mi Manhattan era posible; la ciudad de mi ensoñación, la que había colocado en mi nevera hacía tantos años en forma de postal, ella era posible.  La miré como si estuviera mirándola por primera vez desde abajo hasta al cielo.  Los taxis, los autobuses atestados de gente, las calles pobladas de planes y apuro, las puertas de madera de diversos colores, las entradas preciosas adornadas con jarrones llenos de flores, los ladrillos, los ventanales altos y amplios, los signos anunciando espacios con nombres bellos y memorables como Café Marselle y Kare Thai.  Entonces llegó como un rayo: la imagen de las escaleras de emergencia, esas que abrazan a todos los edificios de la ciudad.  Fire Escape Ladders, les dicen.  Para ese entonces ya eran tan comunes que había dejado de verlas.  Pero ese día algo en mí hizo click con respecto a ellas. 

Mientras escribo esto llega la memoria absoluta de estar mirando al suelo segundos después de haber pensado por primera vez con tanta cruisodad sobre estas escaleras de emergencia.  Y esto fue lo que llegó, esto fue lo que me hizo escribirte hoy: 

las escaleras de escape fueron creadas para llegar al suelo.  

WOW. WOW. WOW.  ---Lo sé, no fue un gran descubrimiento.  No descubrí ninguna evidencia en contra de la ley de la gravedad o alguna función matemática para salvar al mundo, pero déjame explicarte por qué me emocionó tanto darme cuenta de algo tan básico.  ¿Me lo permites?

La cosa misteriosa con Manhattan es que así mismo como te envuelve con su ola de prisa y terminas sintiéndote que tienes que ser como los demás… así mismo te confronta con el momento de recordarte tu humanidad, tu razón de ser.  Manhattan te pone en escaparate tus prioridades; de pronto se vuelven tan claras y concretas.  Al hacerlo sólo te restan dos opciones: o las miras o las ignoras.  En medio del darme cuenta de las propias, fue tan chocante para mí reconocer entonces que la solución a la emergencia, a cualquiera, está simbólica y concretamente fijada en el acto de llegar al suelo, de tocar tierra, de dejar ir lo que no te pertenece, de volverte a tu versión más básica: la que respira, mira, y se maravilla.  De nuevo, suena tan básico. Ahora bien, piénsalo más, te lo ruego.

¿Que no te ha pasado que hay veces en que vas bien por las nubes y quieres seguir ahí en ese espacio inmune y de pronto llega cualquier cosa ­que te hace aterrizar a veces aparatosamente?  ¿Que no te ha pasado que el sufrimiento te llega por la negación de la realidad que te acaba de pasar? ¿Que no te ha pasado que te da por cuestionarte cosas tales como: “pero por qué me tiene que pasar esto a mí”?

  Creo que todas estas preguntas atadas a esta experiencia que te cuento terminan con una lección que guardaré siempre y que deseo compartirte: 

hasta los rascacielos tienen escaleras de emergencia,

                                      aunque no sean visibles.

 

Con esperanza,

Y. Isabel